Aún queda Paraíso antes de Auschwitz

Aún queda Paraíso antes de Auschwitz

 

 A Michel Henry,

 Prince de la Pensée

 

 

 

Huracanadas palabras

revientan gargantas.

 

Voces secas

desertizan los nombres.

 

Verbos pirómanos

se apostan en los bosques.

 

Estrangulados fonemas

cercenan la respiración.

 

Telúrica gramática.

 

Diccionarios en llamas.

 

En letras locas

y con sidosa tinta,

demonios políglotas

imprimen pasquines

de desolación.

 

Pandemias volantes

rematan sonetos.

 

El verso no levanta.

 

Desfallece.

 

Escribir después de Auschwitz.

 

Siempre después.

 

Después. Después.

 

Tiene fiebre el poema.

 

Nace herido de muerte.

 

El termómetro salta.

 

A pedazos se tumba

en un sunami bengalí;

en una conflagración vocálica.

 

Del Edén al horror

sin camino de retorno.

 

Siempre el horror.

 

Siempre los hombres.

 

Su firma.

 

Su sello.

 

Su mal.

 

Su contraseña.

 

Su lacrada venganza.

 

La barbarie.

 

El terror del horror.

 

El horror del terror.

 

Este odio mortífero

ante todo lo que nace.

 

¿Por qué? ¿Por qué?

 

Qué corazón sin entrañas.

 

Qué miseria homicida.

 

Alto

en nombre de la Vida.

 

Deteneos.

 

Rendíos.

 

Envainad vuestras espadas.

 

Retened vuestros núcleos genocidas.

 

Parad toda esta inmolación

de nada sobre nada.

 

Y dejemos a Dios en Paz.

 

Silencio.

 

Sosiego.

 

Deseamos este Silencio.

 

Anhelamos este Sosiego.

 

Ansiamos este otro Fluir

de la Vida en la vida,

del Agua en el agua,

del Vuelo en el vuelo,

del Soplo en el aire,

del Nombre en el nombre,

de la Semilla en la mies,

de la Senda en el camino,

de la Marcha en el paso,

de la Altura en el monte,

de la Savia en el árbol,

del Verde en la rama,

del Arrebol en la tarde,

de la Aurora en el crepúsculo,

del Astro en los astros,

de la Piedra en el muro,

del Azul en la Divinidad,

del Pudor en el rojo,

de la Libertad en el movimiento,

de la Angustia en la libertad,

del Sufrir en el sufrir,

del Júbilo en el gozo,

del Vivir en el vivir,

de la Mística en el verso,

de la Palabra en las palabras,

de la Escritura en la escritura,

del Sentir en el pensar,

del Amor infinito en la razón finita,

de la Sangre en el vino,

de la Comunión en el pan,

del Blanco en el color,

del Sentido en los sentidos,

de la Carne Viviente en el cuerpo,

de la Invisibilidad en la visibilidad.

 

Fluir, Fluir, Fluir,

dejarnos Fluir e Influir

por el Anuncio de la Luz

que en sí mismo resplandece,

antes de alumbrar,

antes de acceder al mundo,

antes de la más humilde Creación.

 

Porque en la Creación

resiste la Inocencia de la piedra,

resiste a ser malvada,

pues no tiene un porqué.

 

Nuestros porqués son sombras,

espejos temerarios y arrogantes,

ajenos a la Vida.

 

Que no nos engañe el poder

de sus reflejos:

espejismo

de un pálpito mendaz,

autorretrato

de una angustia hiriente.

 

Alejémonos de los barbechos,

de la tierra cuarteada y baldía,

de los campos de batalla,

del yermo encadenado

a nuestra tiranía

que horada y se horada

en su propio hueco.

 

Alcancemos los rayos

de este Sol que nos resta,

de esta sensible Luminosidad

que no aspira

a Iluminar la Tierra.

 

Nada nos pertenece.

 

Vivimos de Milagro.

 

Este Yo Puedo,

humilde,

con–sentido,

que la Vida nos dona;

es una Obra Maestra,

una Vida Maestra,

bueno y sin porqué.

 

Aún hay Afectividad para saciarnos.

 

Aún queda Paraíso antes de Auschwitz.

 

 

 

 

Manuel Arandilla Navajo

Sta. María de Valvanera,

Aranda de Duero, septiembre 2005.